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lunes, 23 de abril de 2012

Pequeño haz de luz.

Suspiras. Abres lentamente el ojo derecho, me miras y sonríes sin decir nada. Guardas silencio dejando que tus párpados vuelvan a cerrarse, quizá para ahogarse de nuevo en tus sueños, sueños que aún nos quedan por cumplir. Rápidamente me apresuro a recorrerte con mis torpes dedos, recordándote y descubriéndote poco a poco. Permaneces con los ojos cerrados, dejándote ir. Me detengo en tu espalda y de pronto doy un salto a tu nariz. Después viajo por tu barbilla y hago una pequeña escala en tu pecho. Y sigues sin apenas abrir la boca… Amanece fuera y tu olor ya permanece grabado en la piel. La habitación se va llenando poco a poco de colores: las paredes, la cortina, ese libro que no termino nunca de leer… Y tus ojos miel. Tu corazón late lento, mucho más despacio que el mío, que lleva algunos días desbocado. Si me quedo quieta lo puedo oír. Anido en tu cuello unos segundos hasta que ese intenso y tibio rayo de sol que se cuela por la esquinita de la ventana me termina de desvelar. A tu lado me es casi imposible conciliar el sueño. Quizá sea el calor de este día sin nubes. O los ruidos de la noche que me azuzan el espíritu. Es la hora de levantarse, parece que definitivamente comienza el día y ante esa certeza vuelves a sonreír sin decir nada.

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