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miércoles, 11 de julio de 2012

Un millón de atardeceres.

Sofía se paró justo cuando su vista divisaba todo el horizonte que rodeaba la playa. Sin darse cuenta su mirada quedó perdida en el rojizo cielo que en aquel momento decoraba el paisaje. Muchas preguntas llenaron su cabeza, al igual que un sin fin de recuerdos. Unos tras otros iban pasando por su memoria, sonriendo por cada uno de ellos. Decidió sentarse en un pequeño banco que allí había. Sin apartar la vista del cielo intentó buscar una respuesta al por qué ese precioso color que tenía. Recordó lo que su padre le había dicho de pequeña. Entonces supo cuál era la razón. El color del cielo depende de cómo esté situado el Sol. 

Al terminar todos aquellos recuerdos, con una pequeña sonrisa amarga, sólo pedía una cosa:
Tener un millón de atardeceres como aquel. 

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